Pienso que no hay comida más maternal ¡que la sopa!, esta reflexión
vino a mi cabeza hace un par de días mientras preparaba una; sin duda alguna es
un alimento familiar, aunque la
preparemos solo para nosotros siempre evocará un sentimiento de hogar, y es que
en mi opinión, una olla de sopa no es más que la extensión de un vientre
materno del cual nos seguimos nutriendo.
Sin embargo pocas veces le
damos la importancia que se merece, casi siempre está en un segundo plano de
interés y su sitial parece ser a la sombra de los “platos fuertes” o platos
principales; llevados tal vez por el recuerdo todavía prendado en nosotros de
que la sopa en sus orígenes era “comida de pobres”, donde se remojaban trozos de pan duro para
ablandarlo y sobrantes de cualquier banquete para darle sabor al agua; pero ¿no
se han puesto a pensar que para crearla primero tuvo que ser inventado el
fuego?, y además del fuego un recipiente donde prepararla, que en sus inicios
fueron rocas ahondadas y torneadas por la acción del agua y la tierra, ¿cuánto
tiempo podría tardar esta acción de la naturaleza para que las rocas tuvieran
forma semejante a lo que hoy en día conocemos como olla?; bastaría empezar por
ahí para darnos cuenta que hacer una sopa, una buena sopa, con buen sabor, con
la consistencia ideal de todos sus ingredientes, no es un asunto para nada
trivial.
Los primeros vestigios de la sopa se sitúan a finales de la era
cuaternaria junto con el descubrimiento del fuego; los trozos de carne que
hasta entonces se comían crudos eran muy duros para las mandíbulas humanas, el
cual provocaba su desgaste y además indigestión y enfermedades gástricas; al
ser remojados en agua caliente se hacían más fácil de masticar y luego se tomaba el agua que quedaba impregnada con el
sabor de la carne. Los hebreos fueron los primeros grandes aficionados a los
caldos pero no es sino hasta la Edad Media que la sopa se consolida y empieza a
ser preparada procurando respetar y cuidar el sabor de los ingredientes que la
componían.
Realizar una sopa es pintar sobre un
lienzo en blanco, hay para todos los gustos; caldos, cremas, con vegetales o con
verduras, con granos, con carnes o con fideos, la posibilidad de combinación de
sabores es descomunalmente inmensa. Las sopas siempre nos han acompañado en
nuestros primeros pasos al ser uno de los alimentos que podemos consumir cuando
ya contamos con un estomago un poco más fuerte para soportar algo mas “pesado”
que la leche materna; la consideramos también un alimento curativo, aunque sea
para la gripe y el “ratón” - como se le dice aquí en Venezuela en jerga popular a
la resaca por el consumo de alcohol -, es una comida para la camaradería, bien
conocida es la frase “si llega alguien más, le echamos más agua a la olla y
listo”, nadie se queda por fuera; y sin duda alguna es una pieza clave en el
repertorio de estrategias de nuestras madres para hacer que comamos vegetales,
en más de una ocasión escuche a mi madre a manera de animarnos a comer cada vez
que nos servia un plato de sopa que mi abuelo siempre citaba un famoso refrán
que dice “Qui menja sopes se les pensa totes”, que traducido del cátalan quiere
decir "quien come sopa se las piensa todas".
Y sin embargo, a pesar de las
incontables combinaciones de ingredientes para una sopa, las diversas
características geomórficas de todas las regiones en el planeta y la divergencia
cultural entre cada una de estas regiones, si resaltáramos en un mapa la sopa
más representativa de cada una a lo largo del mundo, desglosando la familia de
ingredientes que la componen, junto con las técnicas que se usan para su
preparación y trazáramos una línea entre estos ingredientes y técnicas que sean
iguales o bastante similares a los de las otras regiones, veríamos que estamos
todos conectados por lo menos por un hilo. Nos daríamos cuenta que hemos sido
alimentados por el mismo vientre.
Por eso, aunque hoy Mafalda se enoje
conmigo, ¡que viva la sopa!