26 de enero de 2014

La sopa


   
     Pienso que no hay comida más maternal ¡que la sopa!, esta reflexión vino a mi cabeza hace un par de días mientras preparaba una; sin duda alguna es un alimento familiar,  aunque la preparemos solo para nosotros siempre evocará un sentimiento de hogar, y es que en mi opinión, una olla de sopa no es más que la extensión de un vientre materno del cual nos seguimos nutriendo.

     Sin embargo  pocas veces le damos la importancia que se merece, casi siempre está en un segundo plano de interés y su sitial parece ser a la sombra de los “platos fuertes” o platos principales; llevados tal vez por el recuerdo todavía prendado en nosotros de que la sopa en sus orígenes era “comida de pobres”,  donde se remojaban trozos de pan duro para ablandarlo y sobrantes de cualquier banquete para darle sabor al agua; pero ¿no se han puesto a pensar que para crearla primero tuvo que ser inventado el fuego?, y además del fuego un recipiente donde prepararla, que en sus inicios fueron rocas ahondadas y torneadas por la acción del agua y la tierra, ¿cuánto tiempo podría tardar esta acción de la naturaleza para que las rocas tuvieran forma semejante a lo que hoy en día conocemos como olla?; bastaría empezar por ahí para darnos cuenta que hacer una sopa, una buena sopa, con buen sabor, con la consistencia ideal de todos sus ingredientes, no es un asunto para nada trivial. 

     Los primeros vestigios de la sopa se sitúan a finales de la era cuaternaria junto con el descubrimiento del fuego; los trozos de carne que hasta entonces se comían crudos eran muy duros para las mandíbulas humanas, el cual provocaba su desgaste y además indigestión y enfermedades gástricas; al ser remojados en agua caliente se hacían más fácil de masticar y luego se  tomaba el agua que quedaba impregnada con el sabor de la carne. Los hebreos fueron los primeros grandes aficionados a los caldos pero no es sino hasta la Edad Media que la sopa se consolida y empieza a ser preparada procurando respetar y cuidar el sabor de los ingredientes que la componían.

     Realizar una sopa es pintar sobre un lienzo en blanco, hay para todos los gustos; caldos, cremas, con vegetales o con verduras, con granos, con carnes o con fideos, la posibilidad de combinación de sabores es descomunalmente inmensa. Las sopas siempre nos han acompañado en nuestros primeros pasos al ser uno de los alimentos que podemos consumir cuando ya contamos con un estomago un poco más fuerte para soportar algo mas “pesado” que la leche materna; la consideramos también un alimento curativo, aunque sea para la gripe y el “ratón” - como se le dice aquí en Venezuela en jerga popular a la resaca por el consumo de alcohol -, es una comida para la camaradería, bien conocida es la frase “si llega alguien más, le echamos más agua a la olla y listo”, nadie se queda por fuera; y sin duda alguna es una pieza clave en el repertorio de estrategias de nuestras madres para hacer que comamos vegetales, en más de una ocasión escuche a mi madre a manera de animarnos a comer cada vez que nos servia un plato de sopa que mi abuelo siempre citaba un famoso refrán que dice “Qui menja sopes se les pensa totes”, que traducido del cátalan quiere decir "quien come sopa se las piensa todas".

     Y sin embargo, a pesar de las incontables combinaciones de ingredientes para una sopa, las diversas características geomórficas de todas las regiones en el planeta y la divergencia cultural entre cada una de estas regiones, si resaltáramos en un mapa la sopa más representativa de cada una a lo largo del mundo, desglosando la familia de ingredientes que la componen, junto con las técnicas que se usan para su preparación y trazáramos una línea entre estos ingredientes y técnicas que sean iguales o bastante similares a los de las otras regiones, veríamos que estamos todos conectados por lo menos por un hilo. Nos daríamos cuenta que hemos sido alimentados por el mismo vientre.


     Por eso, aunque hoy Mafalda se enoje conmigo,   ¡que viva la sopa!

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